Una noche de antología
Ir a Parte I
Buenos Aires, 14 de marzo, el avión aterrizó con dos horas y media de retraso, atestado de niños llorones, viejitas, hombres y mujeres llenos de maletas y bolsos de mano. El agotamiento era terrible y el calor ni se diga, pero la expectativa me mantenía en pie como un porfiado. Ni bien dejé las valijas en la ratonera donde me hospedé corrí al encuentro de quien tenía mi pequeño tesoro: mi entrada para el concierto de mi vida.
Bob Dylan ya había deslumbrado a los públicos de Dallas, GuadalaJara, México, Sao Paulo, Río y Santiago de Chile. La crítica al unísono se rendía ante sus encantos, aún cuando el maestro se mostraba un tanto esquivo con el público, frío y hasta cuasi desdeñoso, pero si a cambio de ello brindaba un espectáculo de calidad refinada y super cuidada de principio a fin, le perdonábamos todo. Y eso lo comentaba con Lorena, la chica quien llevaba en su bolso mi tesoro preciado, allí en un centro comercial en la zona de Liniers donde matábamos la sed con una cerveza bien helada. Claro, ella sin ser fanática lo comprendía: haber cruzado cientos de kilómetros para ver a Dylan en vivo era una razón de peso.
Una vez con el boleto en mano, casi no dormí esa noche, la expectativa crecía, mi me la pasaba pensando si abriría el show con Rainy day.... como ocurrió en México, si alguna atrevida subiría al escenario para abrazarlo, si se animaría a hacer algo estrambótico, y lo más importante, si yo estaría lo suficientemente cerca como para ver todo eso.
15 demarzo, el gran día. En la puerta del Congreso Nacional me esperaba ya Javier, mi amigo del club de fans de Bob Dylan y otro de los pocos temerarios que cruzó Sudamérica para estar presente en el show. Con él y otro amigo más nos encontramos en el Velez Sarsfield a a la hora pactada para presenciar en vivo a Robert Zimmerman y sus aullidos que han cambiado la cara del rock en estos últimos 50 años. Al diablo con lo que digan los demás sobre su voz, yo adoro sus chillidos roncos y desgastados que han podido hacer historia.
9:30 pm. El estadio parecía pequeño, o tal vez se veía así por la profusión de gente que lo atravesaba. Mujeres, señoras, niños, hombres, abuelos, tíos, familias enteras, amigos, conocidos, las tribunas lucían a medio llenar , pero abajo, donde estaba yo, y especialmente en al zona campo, el alboroto que se veía parecía dar inicio al gran momento.
Y así fue porque a las 9:35 pm de súbito todo quedó a oscuras y empézó a hablar el presentador, a decirnos en inglés a quién tendríamos en frente. Todos se empezaron a levantar de sus asientos. Cuando dijo finalmente el nombre que todos queríamos oír, el público aplaudió a morir, todos, alzaron los brazos para hacer sentir su aplaudida, y un hombre pulcramente vestido de oscuro y con un sombrero cowboy ya estaba enfundándose la guitarra a 150 metros de mi asiento. No lo podía creer, me quedé de una pieza, dejé de aplaudir, de gritar, ¡ era él !
El gran momento arrancó con Rainy Day Women #12 & 35, Bob lucía sereno y parco, la canción fue ejecutada sin artificios o retoques especiales, nada. Así apareció, desnuda y destemplada.
Bob se concentraba en transmitirnos aquellas letras ya míticas y cuyo significado ha trascendido el trivial y ya conocido que lo emparentó con las drogas. "Everybody must get stoned", sí pongámonos stones, pero con su música y bienvenidos seamos a su mundo. Así lo entendí yo y creo que todos los que estuvieron allí esa noche. pero para cuando me di cuenta de todo ello el publico habia callado, todos, como ante una orden dada se habían sentado y silenciosamente dejaban ser al Maestro. Yo estaba de pie, pero eso no duraría mucho, los que estaban detrás y la seguridad, me mandaron sentar en un instante
Lay Lady Lay vino después, y la sentí como cuando llega un viejo amor que nos ha movido el piso, tenía ganas de gritar, pararme en la silla y llorar pero la pulcritud de los bonaerenses esa noche una vez más me dejó pasmada y me obnubilaba: recibieron el segundo tema con profusión pero luego otra vez el silencio total y a sentarse todos. Me encantó el solo de guitarra a la mitad de la canción que fue realmente vibrante.
Watching the River Flow fue la tercera. La canción anterior se fue entre aplausos cerrados al final y la ejecución de este otro clásico fue discreta. La voz de Dylan lucía especialmente rasposa, acaso a propósito como piensan muchos y también acaso para acallar al ala dura de la fanaticada que si bien se camuflaba muy bien tras la aparente pulcritud y tranquilidad, estaban allí, endiosando aún más a su ídolo. Pero Bob mismo lo sabe muy bien. Ya no puede borrar al monstruo que él mismo ha creado.
Bob pasó de allí al teclado (de donde ya no se iría más) para ejecutar uno de uss himnos: Masters of War. Las luces se apagaron y al encenderse denuevo adquirieron un tono tétrico, justo acorde al momento, a la voz del cantante, que lució más aguda y tétrica también y el silencio del público esta vez hizo perfecta amalgama con el momento.
The Levee's Gonna Break fue el siguiente tema, el público pareció volver a su marasmo, y lo que probablemente ocurrió es que muchos no reconocieron el tema, sin embargo al final, no dejaron de vitorearlo, siempre a su estilo comedido.
CONTINUACIÓN
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