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Esta es la historia de un sueño que comenzó una tarde de enero mientras chateaba con un amigo. Un sueño que se convirtió primero en una mini cruzada que no vio cumplido el objetivo, pero que sin embargo fue el aliciente para coger las maletas e iniciar el periplo para alcanzarlo. Y ese objetivo se llamó Bob Dylan.
La gran maravilla blanca, el señor de la pandereta, el trovador. Bob Dylan, el eterno viajero itinerante que desde hace años deambula por el mundo en una gira interminable. Never ending tour, la gira sin final, que desde las pantallas de las computadoras de las cabinas de Internet, yo seguía desde 1995 y solo con mi imaginación desde 1990. Eran otras épocas, había que esperar un cuarto de hora para que se abra una página web, media para ver una foto y pagar 5 soles (un dólar y medio) por una hora de servicio, pero no importaba, Internet era mi ventana al mundo y la única manera de saber y tener al trovador un poco más cerca de esta parte del mundo.
Porque solo ciudades como Toulouse, Roma, Sevilla, Berlín, Kansas, Dallas, Toronto, Sapporo eran parte del calendario de visitas de Robert Allen Zimmerman, quien podía ser capaz de abrir un mismo repertorio de canciones con diez formas distintas de ejecutarlas, y he allí lo trascendental de sus conciertos, la avasallante demanda de sus fanáticos que cargan y descargan en Internet los audios, fotos y videos de cada una de dichas presentaciones y, sobre todo, la poderosa vigencia e influencia del cantante sobre la música contemporánea que es más fuerte que nunca.
Pero este lado del mundo no parecía aparecer en la agenda del artista. Salvo furtivas y sorprendentes apariciones en Chile en el 93, Argentina en el 98 (como telonero sorpresa de los Rolling Stones), México y Brasil, el Perú parecía simplemente estar condenado a mirar de lejos a Dylan y su gira sin final. Y para peor, en aquel tiempo de pobre e indocumentada, hubiera sido imposible para mí soñar con tomar un avión de inmediato para alcanzar a mi ídolo en alguno de esos lugares.
Pero de pronto en una tarde de enero de 2008, todo cambió. Fue un amigo de Alemania quien me dio la noticia. Bob planeaba una gira por Sudamérica. No lo podía creer, ¡¡¡ Dylan estaría cerca nuevamente !!! Y no hubo más que decir: tenía que verlo. Era ahora o nunca.
La gran maravilla blanca, el señor de la pandereta, el trovador. Bob Dylan, el eterno viajero itinerante que desde hace años deambula por el mundo en una gira interminable. Never ending tour, la gira sin final, que desde las pantallas de las computadoras de las cabinas de Internet, yo seguía desde 1995 y solo con mi imaginación desde 1990. Eran otras épocas, había que esperar un cuarto de hora para que se abra una página web, media para ver una foto y pagar 5 soles (un dólar y medio) por una hora de servicio, pero no importaba, Internet era mi ventana al mundo y la única manera de saber y tener al trovador un poco más cerca de esta parte del mundo.
Porque solo ciudades como Toulouse, Roma, Sevilla, Berlín, Kansas, Dallas, Toronto, Sapporo eran parte del calendario de visitas de Robert Allen Zimmerman, quien podía ser capaz de abrir un mismo repertorio de canciones con diez formas distintas de ejecutarlas, y he allí lo trascendental de sus conciertos, la avasallante demanda de sus fanáticos que cargan y descargan en Internet los audios, fotos y videos de cada una de dichas presentaciones y, sobre todo, la poderosa vigencia e influencia del cantante sobre la música contemporánea que es más fuerte que nunca.
Pero este lado del mundo no parecía aparecer en la agenda del artista. Salvo furtivas y sorprendentes apariciones en Chile en el 93, Argentina en el 98 (como telonero sorpresa de los Rolling Stones), México y Brasil, el Perú parecía simplemente estar condenado a mirar de lejos a Dylan y su gira sin final. Y para peor, en aquel tiempo de pobre e indocumentada, hubiera sido imposible para mí soñar con tomar un avión de inmediato para alcanzar a mi ídolo en alguno de esos lugares.
Pero de pronto en una tarde de enero de 2008, todo cambió. Fue un amigo de Alemania quien me dio la noticia. Bob planeaba una gira por Sudamérica. No lo podía creer, ¡¡¡ Dylan estaría cerca nuevamente !!! Y no hubo más que decir: tenía que verlo. Era ahora o nunca.
Anuncio de la presentación de Bob Dylan en la avenida Rivadavia, Buenos Aires
El Perú una vez más, no formaba parte de la gira por lo que inicié una campaña mediática para hacerlo saber y pedir que lo traigan aquí. Y aunque esto no trajo los resultados esperados, sentó el precedente de que más gente de los diez que formamos el Club de Fans de Dylan desde el 2002, pensaba como yo y quería lo mismo, ver a Dylan, tener a una leyenda del rock en escenario, ser incluidos en los mapas musicales del mundo. Me escribieron muchos que se aunaban a mi causa, que compartían su gusto por su música, las letras, todo.
Y con esos nuevos bríos, decidí aplicar para mí el dicho que dice: si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña, y eso era lo que haría entonces...
Busqué a alguien quien me comprara el boleto para el show, separé un vuelo de avión, reventé el chanchito, junté mis reales de donde no había. Todo enero y febrero me la pasé trabajando duro para lograr el objetivo. Y aunque Buenos Aires ya era una vieja conocida para mí, era de cualquier manera gratificante volverla a ver junto con el músico en sus escenarios. Una buena amiga bonaerense aceptó comprarme la entrada y entonces fue cuando supe que todo estaba consumado para felicidad mía...
CONTINUACIÓN
2 comentarios:
Gracias Carla por acercarnos un poco más a ese sueño que, habiéndolo cumplido tú, haces que en parte lo hayamos hecho nosotros. Esperamos lo que sigue de tu crónica para muy pronto. Saludos y felicitaciones por el blog. Es una delicia.
Carla, tu informe acerca de Dylan en Buenos Aires es absolutamente magnífico, y para mí cuenta entre los reportajes dylanianos más hermosos y evocativos que jamás he leído. Que lo difundas por todo el planeta :)
abrazo muy fuerte
Christopher Rollason
www.geocities.com/christopherrollason
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