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domingo, 30 de marzo de 2008

Bob Dylan en Buenos Aires (parte II)

Una noche de antología

Ir a Parte I


Buenos Aires, 14 de marzo, el avión aterrizó con dos horas y media de retraso, atestado de niños llorones, viejitas, hombres y mujeres llenos de maletas y bolsos de mano. El agotamiento era terrible y el calor ni se diga, pero la expectativa me mantenía en pie como un porfiado. Ni bien dejé las valijas en la ratonera donde me hospedé corrí al encuentro de quien tenía mi pequeño tesoro: mi entrada para el concierto de mi vida.

Bob Dylan ya había deslumbrado a los públicos de Dallas, GuadalaJara, México, Sao Paulo, Río y Santiago de Chile. La crítica al unísono se rendía ante sus encantos, aún cuando el maestro se mostraba un tanto esquivo con el público, frío y hasta cuasi desdeñoso, pero si a cambio de ello brindaba un espectáculo de calidad refinada y super cuidada de principio a fin, le perdonábamos todo. Y eso lo comentaba con Lorena, la chica quien llevaba en su bolso mi tesoro preciado, allí en un centro comercial en la zona de Liniers donde matábamos la sed con una cerveza bien helada. Claro, ella sin ser fanática lo comprendía: haber cruzado cientos de kilómetros para ver a Dylan en vivo era una razón de peso.

Una vez con el boleto en mano, casi no dormí esa noche, la expectativa crecía, mi me la pasaba pensando si abriría el show con Rainy day.... como ocurrió en México, si alguna atrevida subiría al escenario para abrazarlo, si se animaría a hacer algo estrambótico, y lo más importante, si yo estaría lo suficientemente cerca como para ver todo eso.

15 demarzo, el gran día. En la puerta del Congreso Nacional me esperaba ya Javier, mi amigo del club de fans de Bob Dylan y otro de los pocos temerarios que cruzó Sudamérica para estar presente en el show. Con él y otro amigo más nos encontramos en el Velez Sarsfield a a la hora pactada para presenciar en vivo a Robert Zimmerman y sus aullidos que han cambiado la cara del rock en estos últimos 50 años. Al diablo con lo que digan los demás sobre su voz, yo adoro sus chillidos roncos y desgastados que han podido hacer historia.


Javier y yo en la previa al concierto de Dylan



9:30 pm. El estadio parecía pequeño, o tal vez se veía así por la profusión de gente que lo atravesaba. Mujeres, señoras, niños, hombres, abuelos, tíos, familias enteras, amigos, conocidos, las tribunas lucían a medio llenar , pero abajo, donde estaba yo, y especialmente en al zona campo, el alboroto que se veía parecía dar inicio al gran momento.

Y así fue porque a las 9:35 pm de súbito todo quedó a oscuras y empézó a hablar el presentador, a decirnos en inglés a quién tendríamos en frente. Todos se empezaron a levantar de sus asientos. Cuando dijo finalmente el nombre que todos queríamos oír, el público aplaudió a morir, todos, alzaron los brazos para hacer sentir su aplaudida, y un hombre pulcramente vestido de oscuro y con un sombrero cowboy ya estaba enfundándose la guitarra a 150 metros de mi asiento. No lo podía creer, me quedé de una pieza, dejé de aplaudir, de gritar, ¡ era él !

El gran momento arrancó con Rainy Day Women #12 & 35, Bob lucía sereno y parco, la canción fue ejecutada sin artificios o retoques especiales, nada. Así apareció, desnuda y destemplada.







Bob se concentraba en transmitirnos aquellas letras ya míticas y cuyo significado ha trascendido el trivial y ya conocido que lo emparentó con las drogas. "Everybody must get stoned", sí pongámonos stones, pero con su música y bienvenidos seamos a su mundo. Así lo entendí yo y creo que todos los que estuvieron allí esa noche. pero para cuando me di cuenta de todo ello el publico habia callado, todos, como ante una orden dada se habían sentado y silenciosamente dejaban ser al Maestro. Yo estaba de pie, pero eso no duraría mucho, los que estaban detrás y la seguridad, me mandaron sentar en un instante

Lay Lady Lay vino después, y la sentí como cuando llega un viejo amor que nos ha movido el piso, tenía ganas de gritar, pararme en la silla y llorar pero la pulcritud de los bonaerenses esa noche una vez más me dejó pasmada y me obnubilaba: recibieron el segundo tema con profusión pero luego otra vez el silencio total y a sentarse todos. Me encantó el solo de guitarra a la mitad de la canción que fue realmente vibrante.

Watching the River Flow fue la tercera. La canción anterior se fue entre aplausos cerrados al final y la ejecución de este otro clásico fue discreta. La voz de Dylan lucía especialmente rasposa, acaso a propósito como piensan muchos y también acaso para acallar al ala dura de la fanaticada que si bien se camuflaba muy bien tras la aparente pulcritud y tranquilidad, estaban allí, endiosando aún más a su ídolo. Pero Bob mismo lo sabe muy bien. Ya no puede borrar al monstruo que él mismo ha creado.

Bob pasó de allí al teclado (de donde ya no se iría más) para ejecutar uno de uss himnos: Masters of War. Las luces se apagaron y al encenderse denuevo adquirieron un tono tétrico, justo acorde al momento, a la voz del cantante, que lució más aguda y tétrica también y el silencio del público esta vez hizo perfecta amalgama con el momento.

The Levee's Gonna Break fue el siguiente tema, el público pareció volver a su marasmo, y lo que probablemente ocurrió es que muchos no reconocieron el tema, sin embargo al final, no dejaron de vitorearlo, siempre a su estilo comedido.

CONTINUACIÓN

lunes, 24 de marzo de 2008

Crónica de un sueño anunciado



English version


Esta es la historia de un sueño que comenzó una tarde de enero mientras chateaba con un amigo. Un sueño que se convirtió primero en una mini cruzada que no vio cumplido el objetivo, pero que sin embargo fue el aliciente para coger las maletas e iniciar el periplo para alcanzarlo. Y ese objetivo se llamó Bob Dylan.

La gran maravilla blanca, el señor de la pandereta, el trovador. Bob Dylan, el eterno viajero itinerante que desde hace años deambula por el mundo en una gira interminable. Never ending tour, la gira sin final, que desde las pantallas de las computadoras de las cabinas de Internet, yo seguía desde 1995 y solo con mi imaginación desde 1990. Eran otras épocas, había que esperar un cuarto de hora para que se abra una página web, media para ver una foto y pagar 5 soles (un dólar y medio) por una hora de servicio, pero no importaba, Internet era mi ventana al mundo y la única manera de saber y tener al trovador un poco más cerca de esta parte del mundo.

Porque solo ciudades como Toulouse, Roma, Sevilla, Berlín, Kansas, Dallas, Toronto, Sapporo eran parte del calendario de visitas de Robert Allen Zimmerman, quien podía ser capaz de abrir un mismo repertorio de canciones con diez formas distintas de ejecutarlas, y he allí lo trascendental de sus conciertos, la avasallante demanda de sus fanáticos que cargan y descargan en Internet los audios, fotos y videos de cada una de dichas presentaciones y, sobre todo, la poderosa vigencia e influencia del cantante sobre la música contemporánea que es más fuerte que nunca.

Pero este lado del mundo no parecía aparecer en la agenda del artista. Salvo furtivas y sorprendentes apariciones en Chile en el 93, Argentina en el 98 (como telonero sorpresa de los Rolling Stones), México y Brasil, el Perú parecía simplemente estar condenado a mirar de lejos a Dylan y su gira sin final. Y para peor, en aquel tiempo de pobre e indocumentada, hubiera sido imposible para mí soñar con tomar un avión de inmediato para alcanzar a mi ídolo en alguno de esos lugares.

Pero de pronto en una tarde de enero de 2008, todo cambió. Fue un amigo de Alemania quien me dio la noticia. Bob planeaba una gira por Sudamérica. No lo podía creer, ¡¡¡ Dylan estaría cerca nuevamente !!! Y no hubo más que decir: tenía que verlo. Era ahora o nunca.



Anuncio de la presentación de Bob Dylan en la avenida Rivadavia, Buenos Aires


El Perú una vez más, no formaba parte de la gira por lo que inicié una campaña mediática para hacerlo saber y pedir que lo traigan aquí. Y aunque esto no trajo los resultados esperados, sentó el precedente de que más gente de los diez que formamos el Club de Fans de Dylan desde el 2002, pensaba como yo y quería lo mismo, ver a Dylan, tener a una leyenda del rock en escenario, ser incluidos en los mapas musicales del mundo. Me escribieron muchos que se aunaban a mi causa, que compartían su gusto por su música, las letras, todo.

Y con esos nuevos bríos, decidí aplicar para mí el dicho que dice: si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña, y eso era lo que haría entonces...

Busqué a alguien quien me comprara el boleto para el show, separé un vuelo de avión, reventé el chanchito, junté mis reales de donde no había. Todo enero y febrero me la pasé trabajando duro para lograr el objetivo. Y aunque Buenos Aires ya era una vieja conocida para mí, era de cualquier manera gratificante volverla a ver junto con el músico en sus escenarios. Una buena amiga bonaerense aceptó comprarme la entrada y entonces fue cuando supe que todo estaba consumado para felicidad mía...

CONTINUACIÓN